viernes, 10 de mayo de 2013

Adiós al grande

Ayer nos dejó el más grande. Sé que decir esto puede resultar muy osado, pero muchos críticos y profesionales del cine estarán de acuerdo conmigo en esta afirmación, por no decir la gente de a pie.
Alfredo Landa resultó ser icono y testigo de una época. El landismo, calificativo del que nunca se avergonzó, fue quizá el ejemplo más evidente del cine que se realizó durante casi veinte años (década de los 60 y gran parte de los 70) en un país con un gobierno dictatorial, ultracatólico y donde imperaba la censura. El landismo fue la crónica de este país y por eso hay que entenderlo como algo triste, no por ello reprochable y reprobable, porque en estas películas se pueden ver las miserias, los anhelos, los corsés y prejuicios de una sociedad constreñida, paleta y sufrida. Por eso la tristeza de la que hablo.
Muerto Franco, Landa se reivindicó como magnífico actor todo terreno, los expertos dicen que a raíz de El puente de Bardem (1976), y alternó la bis cómica habitual con el plano dramático, que alcanzó el cénit en Los santos incocentes de Camus (1984); por su interpretación de Paco el Bajo consiguió el premio al mejor actor en el festival de Cannes ex eaquo con su compañero de reparto Paco Rabal. En mi opinión, dos de las mejores interpretaciones en la historia del cine mundial.
Ganador de dos Goyas (siete nominaciones) y un tercero a toda su carrera. Sus interpretaciones y personajes quedarán indelebles en nuestras retinas y cerebros, y cuando las repasemos nos harán dibujar una sonrisa, divertida o amarga, según se mire.
La pérdida de este genio nos deja un poco más huérfanos y no está de más soltar alguna lágrima.