Antes de que se disputara la fase final de la Copa del Rey de baloncesto de este año, los pronósticos otorgaban la victoria al Regal F.C. Barcelona sobre el Real Madrid, y así ha sido. Que el Barça ganase no ha cogido desprevenido a nadie, lo que sí lo ha hecho es la manera en que se ha producido, incluso a los propios blaugranas. Después de los dos primeros enfrentamientos coperos, el Barça parecía arrojar algunas dudas (sufrió con el Cajasol y tuvo que pelear con el Power Electronics). Sin embargo, el Madrid, que venía con muchas dudas tras las dos derrotas de Euroliga y caer contra el Bilbao, solventó con relativa facilidad sus dos enfrentamientos, especialmente la semifinal ante Caja Laboral (venció por 28 puntos). Esta victoria, viendo la posterior final, tuvo trampa: Splitter no jugó, lo que significó que el juego interior baskonista se resintiese y los madridistas no sufriesen en exceso en la posición donde les están martirizando a lo largo de la temporada. El Barça sí lo hizo y es donde decantó el partido.
La final mostró a un Madrid timorato, vencido antes de tiempo, errático desde el perímetro y, sobre todo, en el poste; blando en el rebote (Vázquez y Mickeal rompen el partido con sus palmeos) y falto de ideas (Prigioni encojido, Jaric de más a menos, Felipe fallón, Lavrinovic agotado, Llull desaparecido; el resto, sin comentarios). El Barça le pasó por encima, especialmente en defensa (también habría que analizar la labor arbitral: si permiten más a los equipos tachados de buenos defensores); y los blancos se achicaron como en el partido de Navidades. Bajaron los brazos enseguida y no tuvieron capacidad de reacción. Algo que también se echó en falta a Messina.
La Copa ha mostrado la cal y la arena en los blancos, y en una competición así no puedes fallar ningún día. El Barça lo supo, y se puso las pilas.
Esperemos que el Madrid tome nota para la Euroliga y que el italiano mantenga el nivel competitivo del equipo que apareció en semifinales. Si no, mal va.
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