Se las prometían felices las secciones de fútbol y baloncesto del Real Madrid ante lo que se les venía encima en sus respectivos enfrentamientos europeos. Pero finalmente las sonrisas se han tornado en caras tristes y afligidas.
Vamos por partes. El gran batacazo se lo ha dado el fútbol. Un equipo construido a base de talonario, con las miras puestas en la final, que se celebrará en el Bernabéu; que se enfrentaba a un rival inferior (4.º en la liga francesa), con una renta asequible (un gol en contra en la ida); viniendo de remontar un 0-2 al Sevilla en el partido liguero. Es decir, con todo a favor, más una prensa ensalzadora, una afición entregada y un técnico y unos jugadores que vendían euforia de remontada. Con todo y con eso, quizá más por eso, han quedado eliminados. El equipo parece a medio hacer, con destellos buenos en ataque y cierta consistencia defensiva que no tenía años atrás. Pero hay carencias. Pellegrini no parece dar con la tecla en las citas importantes (se puede decir que ha perdido con todos los equipos grandes con los que se ha enfrentado) y pierde su identidad; Kaká está desdibujado y fuera de sitio, sin alegría; Higuaín no es tan bueno por meter muchos goles, ni tan malo por fallar lo infallable; Guti no puede ser el timón de un equipo así, ya que no tiene regularidad ni en partidos ni en juego; no se puede añorar en un partido a Xavi Alonso y a Marcelo con una plantilla con estos nombres; Granero ¿es jugador para ser titular en un equipo "galáctico"?; y Cristiano, ¿cuál es su sitio? y ¿debe hacer la guerra él solo?
Demasiadas dudas que se han despejado a las primeras de cambio, pero que tarde o temprano se descubrirían ante un Chelsea, un Inter o un Manchester.
La euforia de la prensa especializada tras lo del Sevilla se convierte ahora en puesta en cuestión de todo el mundo; ya salen en los titulares malos rollos de vestuario y cosas de ese estilo. Y ellos también tendrían que reconocerlo: lo de Sevilla fue una cagada de Jiménez. A cualquier otro equipo el Madrid no le hubiese remontado un 0-2.
Pellegrini está con medio pie fuera, aunque consiga la Liga. Esto lo veo difícil, pues el gigante con pies de barro no puede competir contra un F.C. Barcelona que juega de memoria, que no necesita del físico para sacar los partidos adelante, algo que, sin embargo, necesitan los merengues. Su desfondamiento en la segunda mitad contra el Lyon fue alarmante.
¿Cuál es el futuro? Se gane o no la Liga, ¿nuevos fichajes de relumbrón para acallar conciencias? El problema es de cabeza, y no hay más. Parece mentira que el club, el entrenador, los jugadores especialmente, no entiendan que no se gana con el nombre y que los equipos contrarios sacan el cuchillo pronto y lo clavan en el herido siempre que pueden. Por emplear argot militar: falta mucho trabajo de zapa y la prensa propia se ha convertido en una Quinta Columna perfecta para sabotear las infraestructuras blancas.
Y ahora vamos al baloncesto. Las ideas primigenias de comienzo de temporada eran las mismas que en su sección hermana: hacer un equipo a base de cheque (plantilla que se ha tenido que retocar a lo largo de la temporada) con un entrenador contrastado. Y la respuesta ha sido la misma: con todo en la mano, ha fallado. Lo menos malo es que aún no está fuera, pero da la sensación como si sí lo estuviera, pues el Barcelona es el coco que se quería evitar a toda costa, y más con el factor cancha en contra.
Messina dijo en la previa que el partido contra Maccabi era una final, y así pareció. El equipo salió entonado, con una defensa agresiva, alcanzando una renta que llegó a ser de 16 puntos. El partido se enfrió con las rotaciones; pero, a pesar de todo, se llegó con nueve de ventaja al último cuarto (45-36). El Madrid concedió únicamente 36 puntos en tres cuartos, dejando a Anderson en sólo cuatro puntos gracias a los sucesivos marcajes de Kaukénas, Jaric, Hansen y Vidal. El partido parecía decidido por inercia. Pero dejarse llevar es un error cuando te ves superior (y eso lo atestigua uno que lo ha vivido en sus propias carnes varias veces). Sin comerlo ni beberlo te encuentras con que el rival te ha igualado el partido sin hacer nada especial, sólo a base de limar poquito a poco (concedió 30 puntos en el último cuarto). Y aquí falló el Madrid, en los momentos finales, aunque éstos sean una lotería. Se le vio tembloroso y sin ideas. Por primera vez vi a Prigioni desnortado, lanzando tiros que jamás intenta; a Reyes siendo una sombra en ataque y superado en defensa, sin ayudar siquiera en el rebote; Jaric irreverente y Llull timorato (sólo anotó una bandeja en la última fase del partido); Lavrinovic testimonial sin saber de qué iba la vaina y Veljkovic sin jugar. A pesar del desastre se empató con un triple de Hansen de carambola. Se decide defender la posesión de 13 segundos de Maccabi y, a falta de cuatro segundos, se pita una falta a Anderson que jamás se señala en Euroliga; pero este equipo no tiene ni ángel ni padrino, y así le va. Tiros libres anotados y pérdida de Llull a la desesperada. Otra decepción más que se suma a las dos finales perdidas contra el Barça: el coco que nos espera en la siguiente ronda.
Lo peor es que la sensación que transmite el equipo es la de que el factor cancha no es tampoco garantía. El Partizan era equipo también para dar un susto serio (ya ha ganado al Barça este año en el Pionir de Belgrado). El Madrid está anímicamente hundido y ve a los blaugranas desde abajo como algo inalcanzable. Su única opción es que los culés les miren desde arriba, pensando que ya están en la Final Four. Ahora toca trabajar a Messina y demostrar que es uno de los mejores entrenadores del mundo.