El pasado lunes el Tribunal de Justicia de Valencia dictaminó por dos votos a uno que el señor Camps y tres de sus cargos no debían ir a juicio por el asunto de recibir regalos relacionados con la trama Gürtel. Enhorabuena para ellos, enhoramala para el resto de los mortales.
Lo del caso en sí es lo de menos, el problema, o así lo veo yo, es la credibilidad de la justicia. El presidente de ese tribunal es amigo íntimo del señor Camps. El señor presidente, por no decirle otra cosa, ni se ha inhibido del caso ni nada. ¡Ja! ¡Menuda imparcialidad de la justicia! Aquí vemos de nuevo que la separación de ambos poderes, el jurídico y el legislativo, no existe como tal.
Dictaminan la resolución el último día en que puede hacerse, sin haberse leído siquiera los informes remitidos por el tribunal de Madrid con más pruebas del caso. Admiten que los "presuntos" no pueden justificar sus regalos, y que éstos existieron; pero da lo mismo. No ven relación. Vamos, de traca.
¿Quién no querría ser juzgado por un amigo íntimo que de todas todas te va salvar el culo? Lo que me planteo es si yo podré pedir un colega como juez en el caso de tener algún juicio. O voy más allá: ¿qué autoridad tiene un juez ante mi persona, al menos moral?
Lo de contar con amigos está bien, sin duda; lo que no está tan bien es que uno se pase la profesionalidad por el forro cuando un "amiguito del alma" está de por medio, y más cuando representas una de las profesiones en las que se sustenta el estado de derecho. La pregunta es si existe ya ese estado.
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