No era un fantasma quien surgió entre la niebla, sino Maxwell. Para el caso, era lo mismo. Maxwell, el criminal más buscado de Londres desde hacía años; y yo había dado con él. No era por casualidad, pues llevaba tras su pista varios meses. Por aquel entonces yo trabajaba en Scotland Yard; ahora soy investigador privado, pero eso es otra historia. Mi esfuerzo dio finalmente sus frutos. Le localicé en unos viejos almacenes del puerto. A través de la bruma se me acercó despacio y me susurró. La leyenda urbana decía que con la voz hipnotizaba a sus víctimas y los dejaba a su merced. Probablemente fuese cierto, pero no le di tiempo para que me lo demostrase. Disparé mi Glock reglamentaria. Maxwell se convirtió para siempre en un fantasma. En ocasiones viene a susurrarme por las noches, especialmente cuando la niebla surge desde el Támesis.
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El ganador ha sido Víctor Salgado con ¡QUÉ HORROR!
No era un fantasma quien surgió entre la niebla. Venía en mangas de camisa. Se acercó apresuradamente hasta mi coche. Era uno de los muchos conductores que, como yo misma, habíamos aparcado en la cuneta esperando que la niebla se disipara. El pitillo que sujetaba entre los labios bailaba al son que castañeaban sus dientes. Golpeó con suavidad mi ventanilla e hizo señas pidiéndome fuego. No parecía un tipo peligroso y yo me había quedado sin tabaco. Le dejé entrar en mi vehículo. ¡Qué horror! –dijo aterido, a modo de saludo. Me ofreció un cigarrillo y, cogiendo el encendedor del salpicadero, lo encendió galantemente antes que el suyo. Me hizo reír con sus chistes sobre fantasmas. Pusimos música y coqueteamos. Niebla fuera, humo dentro. Entre vapores, quiso besarme. Cedí a sus encantos. Siempre aprovecho ese momento para arrancarles la lengua de un bocado mientras hundo mis uñas entre sus vísceras. Prefiero cazar dentro del coche. ¡Hace tanto frío afuera!