La última vez que escribí algo en este blog fue el 9 de septiembre de 2013. Y fue la valoración de un vino almeriense. Ha llovido ya, aunque quizá no tanto como debiera, por mucho que las y los negacionistas del cambio climático berreen que siempre ha sido así. No recuerdo si por aquel entonces lo de los blogs funcionaba, lo que sí recuerdo es que no había Instagram, ni TikTok, pero sí Facebook aunque yo no lo emplease. Entiendo que escribir en un blog era en ese momento una especie de escapatoria para plasmar en un espacio físico tus pensamientos, cabreos y disertaciones, y que incluso alguien pudiera leerte. Hoy he retomado El perfil griego, aún no sé por qué. Quizá porque me he visto en la foto del perfil y no me he reconocido: con más pelo, menos canas y arrugas. El tiempo pasa. Es lo que me ha dicho esa foto. También que hoy es hoy. Y el que escribe no es aquel, al menos del todo. Por eso mismo, el Fernando de hoy tenía ganas de escribir en El perfil y recuperar parte de aquel Fernando de 2013 y advertirle de que casi doce años y medio después sigue con ganas de plasmar pensamientos, cabreos y disertaciones en un espacio físico, y que alguien incluso pueda leerlo. También que lo ha hecho ya en dos novelas: Un nombre en la canícula y La pasajera del Graf Zeppelin. Su bagaje en la escritura sigue sumando puntos. Quién iba a decirle a aquel Fernando que estaría hoy impartiendo un taller sobre género negro ni más ni menos que en un espacio tan apropiado como la Biblioteca Regional de Madrid. Quién le hubiera dicho a aquel Fernando de 2013 que su idilio con el mundo del vino crecería y se convirtiera también no solo en una afición sino en parte de su perfil profesional. Quién le confirmaría que seguiría compartiendo su vida con la misma persona siendo feliz. Quién. Pues quizá este Fernando de 2025. Y quizá desde este mismo Perfil griego.
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