Un poquito de basket del bueno
viernes, 28 de mayo de 2010
miércoles, 26 de mayo de 2010
La camisa roja
La figura, por alguna extraña razón y por muy breve que hubiese sido su percepción, le resultó familiar.
Después de la visión y tras varios minutos en los que el asiento parecía estar quemándole el trasero decidió levantarse y abandonar el patio de butacas. Aunque pidió disculpas, su marcha le costó un reproche por parte de su estupefacta novia y varios comentarios admonitorios de los asistentes que ocupaban los asientos de la misma fila y a los que no les quedó otra que ponerse en pie para facilitarle el paso.
Salió al vestíbulo nervioso, sin saber qué hacer a continuación, con el reconcomio acerca de lo que había visto. El momento de duda se disipó en cuanto se percató de un cartel que señalaba la dirección de las escaleras de acceso a la zona superior. Siguió la indicación y subió las escaleras después de echarle un vistazo a un plano de evacuación del edificio. Calculó la altura a la que había descubierto la figura y supuso que había sido en la galería, por lo que continuó su ascenso. Dejó atrás la zona de palcos y siguió subiendo las escaleras hasta que se topó con una cadena que impedía el paso. La saltó sin dudarlo estando a punto de trastabillar. Ascendió un nuevo tramo de escaleras que desembocó en un pasillo por el que se distribuían las entradas a los diferentes palcos de la galería. El corredor estaba en penumbra; la única luminosidad la aportaban las tenues luces de emergencia contenidas en unas cajas de plástico corrugado y semitransparente. Caminó con sigilo a lo largo del mismo. Cuando llegó a la puerta en la que creía poder hallar su visión, la abrió cuidadosamente después de insuflarse unos ánimos silenciosos que trataban de alentar su curiosidad. La puerta cedió sin ningún ruido. La luz amortiguada procedente del escenario asomó lentamente a través del hueco que se iba ensanchando. Entró decidido.
El palco estaba vacío, así que respiró aliviado. Se dijo entonces que debía haberse equivocado en su visión, pues estaba convencido que ése era el lugar donde había creído verla. Para comprobarlo asomó la cabeza hacia el patio para verificar si era o no la posición correcta. Y, efectivamente, allí abajo estaba su novia, justo en el ángulo en el que esperaba hallarla. Por tanto no se había equivocado.
De repente sintió un frío helador a su espalda. No quiso girarse, pues el pánico le tenía agarrotado. Tampoco pudo decir nada, ni siquiera gritar, como si las palabras se le hubieran congelado en la garganta.
Finalmente consiguió girar la cabeza un poco. Por el rabillo del ojo apreció un rojo intenso; era una manga, la cual formaba parte de una camisa, una camisa que vestía a una figura evanescente que flotaba en el aire y cuyos pies desaparecían en el éter.
–Pero…, pero… –No pudo articular otra cosa a causa del nerviosismo–. Yo le conozco.
La figura, que parecía llevar colocado un casco en la cabeza y asir un teléfono de los antiguos de disco, dibujó una sonrisa franca y dijo tras acomodarse el auricular:
lunes, 24 de mayo de 2010
¿De izquierdas?
viernes, 21 de mayo de 2010
Las preguntas del 21/05/10
- Ciencia. ¿Cuál es la flor del pino?
- Literatura. ¿Qué novela de Ernest Hemingway está ambientada en la Guerra Civil española?
- Cine. ¿Cuántos oscars obtuvo Ben-Hur en 1959?
- Música. ¿De qué instrumento revolucionó su forma de tocarlo Jimi Hendrix?
- Arte. ¿En qué museo se encuentra La Gioconda?
RESPUESTAS AL DÍA 19/04/10
- Arte. Tintín.
- Historia. Viet-Minh.
- Sociedad. La faraona.
- Televisión. Oliver y Benji.
- Ciencia. No.
Dios y la creación
martes, 18 de mayo de 2010
Piaf
El sábado estuvimos viendo Piaf, el musical, casi dos horas de espectáculo. Merçi, mademoiselle Carla. Fue fantástico; una puesta en el escenario increíble, donde las escenas iban cambiando simplemente a base de jugar con las luces. Hay momentos, como pequeñas fotografías que se graban en el espectador, dignas de elogio; por ejemplo, la aparición de Marcel Cerdan, el bombardero marroquí. Ni que decir que Elena Roger, la actriz que interpreta a la diva francesa, se sale. Con todo, me quedo con la original, con La môme Piaf. Ahí la tenéis, ya demacrada en 1962 por su adicción a la morfina, con un canto metafórico de lo que fue su vida.
La traducción al castellano de la letra de este temazo del año 1960 (Non, je ne regrette rien):
No, no lamento nada
¡No! nada de nada,
¡No! no lamento nada
Ni el bien que me han hecho,
Ni el mal,
¡Todo eso me da igual!
¡No! nada de nada,
¡No! no lamento nada.
Está pagado, barrido, olvidado...
¡Me importa un bledo el pasado!
Con mis recuerdos
He encendido el fuego,
Mis penas, mis placeres…
¡Ya no los necesito!
Barridos los amores
Y todos sus temblores,
Barridos para siempre,
Vuelvo a empezar de cero.
¡No! nada de nada,
¡No! no lamento nada.
Ni el bien que me han hecho,
Ni el mal,
¡Todo eso me da igual!
¡No! nada de nada,
¡No! no lamento nada.
Porque mi vida,
Porque mis alegrías,
¡Hoy comienzan contigo... !
viernes, 14 de mayo de 2010
Cuestión de cabello o de masa
______________________________
Los veladores, debajo de la costra de roña, son de mármol negro, y para hacer muchos de ellos se han aprovechado las lápidas rotas de las sacramentales, de la Almudena y de San Isidro; cualquiera, aquel o aquella que no se ande con remilgos, si pasa las yemas de los dedos por debajo, puede comprobarlo y reconocer las letras que conformaron en su día el nombre de un difunto o bien un epitafio. Las patas de los veladores son de forja, herrumbradas la mayoría de ellas. Se nota a simple vista que les falta un buen repaso de lija y pintura; el último, probablemente, no se ha hecho desde mucho antes de la guerra. El azogue de los espejos está mustio, velado, y da la sensación que las imágenes no se proyectan con toda su viveza, como si a los reflejos les faltara el alma. El humo cubre el local, pues todo el mundo fuma; unos, tagarninas; otros, tritones; otros, tabaco de noventa; los que más, cigarros baratos, de cuarterón; algunos incluso se lían cigarrillos de colillas previamente desliadas. Padilla, el cerillero, no para de atender peticiones de la clientela; las cosas andan achuchadas pero del tabaco no se priva nadie. Padilla se alegra; tiene trabajo asegurado para largo; cruza los dedos de vez en cuando para potenciar su buena suerte.
–Está claro que lo que marca la diferencia es el cabello de ángel –opina don Lorenzo echando su espalda hacia atrás hasta apoyarla contra el respaldo de la silla. Su gesto es como el de un pensador que hubiese llegado a una conclusión aristotélica.
–No sé, no sé –dice don Eustaquio meneando la cabeza–. Yo creo que es la masa lo que la marca. La masa…
El más joven de los tres contertulios se echa a la boca su vaso de café; ya debe estar frío. Mira a uno y a otro de sus acompañantes sin posicionarse por ninguno de ellos.
–Le insisto, don Eustaquio, que es el cabello de ángel. Recuerda lo buenos que los hacían en Capellanes antes de la guerra.
–Me acuerdo, me acuerdo –dice asintiendo con la cabeza–. ¿Cómo no me voy a acordar? Si eran los mejores torteles de todo Madrid.
–Pues hay está la prueba de lo que le digo: el cabello de ángel es fundamental.
–No las tengo todas conmigo, es verdad. Pero si me dan a elegir, don Lorenzo, me quedo con un suizo.
El tercer contertulio agacha la cabeza como si hubiese intuido algo; ahora parece un orante. La dueña asoma poco después. Doña Rosa trae su mal gesto cotidiano.
–¿Qué pasa con los señores? ¿No van a tomar nada?
El más joven toma su vaso y da vueltas al líquido con la cuchara. Quiere disimular. Su café es la única consumición que hay encima del velador.
–Muchas gracias, doña Rosa –agradece don Eustaquio–. Pero estamos servidos.
–Nos ha merengao –rezonga doña Rosa; su aliento apesta a ojén, sus pequeños dientes están renegridos–. Esto se va a acabar, lo de sentarse y darle a la lengua sin hacer gasto.
Los dos parroquianos más veteranos sonríen estoicos; son buenos actores desde hace tiempo; las circunstancias lo han querido así.
–Alguna vez podrían ustedes pedir algún bollo, ¿no? –les recrimina–. Que para algo los tengo, leñe.
Un triple soniquete de tripas es la única respuesta que recibe.
jueves, 13 de mayo de 2010
Sufriendo hasta el final
martes, 11 de mayo de 2010
Barça, campeón de la Euroliga
domingo, 9 de mayo de 2010
Con respecto a la doble moral
martes, 4 de mayo de 2010
Un adiós doloroso
El lugar que iba a albergar nuestra despedida no era idílico que dijéramos. Nada tenía que ver con esas viejas estaciones de tren del cine en blanco en negro, en la que los andenes aparecían siempre cubiertos por el vapor de las locomotoras. Tampoco era la terminal de embarque de un aeropuerto, donde la condescendiente azafata de tierra te estaría instando nerviosa para que atravesases lo antes posible el túnel articulado a modo de cordón umbilical que conduce a la puerta de entrada del avión. Nada de eso. La despedida se llevaría a cabo delante de la puerta corredera transparente de un Mercadona, la cual sufría temblorosa no pudiéndose cerrar, ya que su sensor detectaba una presencia continuamente.
No llegaría a tocarla, ni siquiera un tenue roce, me quedaría a unos centímetros de ella. No me llevaría conmigo su tacto último. Lástima. Esa sutil remembranza me faltaría para siempre, ese noray al que amarramos el cabo del recuerdo. También me faltaría su perfume intenso, embriagador de olfatos ansiosos como el mío y nada exigentes. Esa maravillosa esencia flotaría en el aire y me atraería hacia ella sin hacerlo.
Las lágrimas, al verla marchar, no terminarían de empañar mis ojos, pero casi. La iba a echar de menos de verdad. Cómo podría un encuentro tan fugaz como el nuestro generar tanta añoranza. Me era inexplicable. Había habido otras partidas antes pero ella era la única que me había llegado al corazón y había tocado mi estómago, principalmente.
El amor… Tan cruel… Pero ¿se puede amar a una barra de pan como yo lo hice? ¿Es a ese amor al único al que puede aspirar un vendedor de La Farola?