La última sesión del taller de literatura creativa que dirijo, la cual desarrollamos esta vez en el café Comercial de la glorieta de Bilbao, donde el espíritu de La colmena parecía estar presente en todo momento, tenía como tarea escribir un breve relato acerca de una desdedida; los parámetros no marcaban sitio específico ni personajes y la extensión era un máximo de una hoja. Ésta fue mi aportación:
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Siempre me había costado decir adiós, esta vez más todavía, ya que sabía que la separación iba a ser para siempre. En cierto modo envidiaba a todas las personas que se despedían sin más, sin ningún gesto de decepción, con una media sonrisa dibujada en sus rostros, como una pose, como el hastío que se atisba en los funcionarios familiarizados en hacer pasar a un nuevo usuario ante su mesa después de haber atendido a una docena previamente. Y así día tras día, sello tras sello, formulario tras formulario. Ademanes de cotidianidad, adioses automatizados sin más.
El lugar que iba a albergar nuestra despedida no era idílico que dijéramos. Nada tenía que ver con esas viejas estaciones de tren del cine en blanco en negro, en la que los andenes aparecían siempre cubiertos por el vapor de las locomotoras. Tampoco era la terminal de embarque de un aeropuerto, donde la condescendiente azafata de tierra te estaría instando nerviosa para que atravesases lo antes posible el túnel articulado a modo de cordón umbilical que conduce a la puerta de entrada del avión. Nada de eso. La despedida se llevaría a cabo delante de la puerta corredera transparente de un Mercadona, la cual sufría temblorosa no pudiéndose cerrar, ya que su sensor detectaba una presencia continuamente.
No llegaría a tocarla, ni siquiera un tenue roce, me quedaría a unos centímetros de ella. No me llevaría conmigo su tacto último. Lástima. Esa sutil remembranza me faltaría para siempre, ese noray al que amarramos el cabo del recuerdo. También me faltaría su perfume intenso, embriagador de olfatos ansiosos como el mío y nada exigentes. Esa maravillosa esencia flotaría en el aire y me atraería hacia ella sin hacerlo.
Las lágrimas, al verla marchar, no terminarían de empañar mis ojos, pero casi. La iba a echar de menos de verdad. Cómo podría un encuentro tan fugaz como el nuestro generar tanta añoranza. Me era inexplicable. Había habido otras partidas antes pero ella era la única que me había llegado al corazón y había tocado mi estómago, principalmente.
El amor… Tan cruel… Pero ¿se puede amar a una barra de pan como yo lo hice? ¿Es a ese amor al único al que puede aspirar un vendedor de La Farola?
El lugar que iba a albergar nuestra despedida no era idílico que dijéramos. Nada tenía que ver con esas viejas estaciones de tren del cine en blanco en negro, en la que los andenes aparecían siempre cubiertos por el vapor de las locomotoras. Tampoco era la terminal de embarque de un aeropuerto, donde la condescendiente azafata de tierra te estaría instando nerviosa para que atravesases lo antes posible el túnel articulado a modo de cordón umbilical que conduce a la puerta de entrada del avión. Nada de eso. La despedida se llevaría a cabo delante de la puerta corredera transparente de un Mercadona, la cual sufría temblorosa no pudiéndose cerrar, ya que su sensor detectaba una presencia continuamente.
No llegaría a tocarla, ni siquiera un tenue roce, me quedaría a unos centímetros de ella. No me llevaría conmigo su tacto último. Lástima. Esa sutil remembranza me faltaría para siempre, ese noray al que amarramos el cabo del recuerdo. También me faltaría su perfume intenso, embriagador de olfatos ansiosos como el mío y nada exigentes. Esa maravillosa esencia flotaría en el aire y me atraería hacia ella sin hacerlo.
Las lágrimas, al verla marchar, no terminarían de empañar mis ojos, pero casi. La iba a echar de menos de verdad. Cómo podría un encuentro tan fugaz como el nuestro generar tanta añoranza. Me era inexplicable. Había habido otras partidas antes pero ella era la única que me había llegado al corazón y había tocado mi estómago, principalmente.
El amor… Tan cruel… Pero ¿se puede amar a una barra de pan como yo lo hice? ¿Es a ese amor al único al que puede aspirar un vendedor de La Farola?
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La siguiente tarea debe tratar sobre una tertulia de café (una hoja de extensión). Quien quiera animarse, ya sabe. Desde ahora voy a colgar los enunciados de los ejercicios para todas aquellas personas que tengan el gusanillo de escribir algo. Coco, va por ti especialmente.
A ver si lo entiendo, una plana (como decían en el colegio), para contar una tertulia de un café.
ResponderEliminar¿Cuanto plazo tengo?
Que bueno el cuento de la despedida. La verdad es que recién hecho el pan es algo inmejorable, aunque se trate de pan de ese precocido que hacen sobre la marcha en las gasolineras, ese olor tan de siempre, tan nuestro, es difícil resistir la tentación de llevarse la barra de pan a la nariz, por muy feo que resulte. Que bueno el pan y el relato. Enhorabuena Fer.
ResponderEliminarEl miércoles que viene tenemos sesión; si me envías algo antes lo leeremos en clase, y si quieres te añado al grupo literario aunque tu participación sea exclusivamente a través del correo. Anímate. Serás bienvenida.
ResponderEliminarMuy bien te lo mandaré antes del miércoles día doce de mayo. Sí, claro que quiero que me incluyas y cuando pueda voy un miércoles de vez en cuando aunque sea para ver. Un beso.
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