miércoles, 26 de mayo de 2010

La camisa roja

Debió verlo sólo él porque el resto del aforo ni pestañeó; seguían atentos al desarrollo de la función como si nada hubiese sucedido. Una escena que se alargaba más de la cuenta hizo que desviase la mirada un instante hacia la parte de arriba, a una zona vacía de público. La aparición fue fugaz, un rojo asomo apenas perceptible detrás de una de las columnas de uno de los palcos, pero suficiente para que él lo descubriese. Atónito por la visión, guardó silencio al comprobar que nadie reaccionaba. ¿Cómo podía ser que fuera él el único que había visto aquello? Es cierto que había muchas sombras que podían llevar a la confusión, y además el cortinaje granate tampoco ayudaba, pero era evidente que lo que había visto era lo que había visto. No estaba loco, ni mucho menos. Así y todo calló, pues no quería que le tachasen de lunático.
La figura, por alguna extraña razón y por muy breve que hubiese sido su percepción, le resultó familiar.
Después de la visión y tras varios minutos en los que el asiento parecía estar quemándole el trasero decidió levantarse y abandonar el patio de butacas. Aunque pidió disculpas, su marcha le costó un reproche por parte de su estupefacta novia y varios comentarios admonitorios de los asistentes que ocupaban los asientos de la misma fila y a los que no les quedó otra que ponerse en pie para facilitarle el paso.
Salió al vestíbulo nervioso, sin saber qué hacer a continuación, con el reconcomio acerca de lo que había visto. El momento de duda se disipó en cuanto se percató de un cartel que señalaba la dirección de las escaleras de acceso a la zona superior. Siguió la indicación y subió las escaleras después de echarle un vistazo a un plano de evacuación del edificio. Calculó la altura a la que había descubierto la figura y supuso que había sido en la galería, por lo que continuó su ascenso. Dejó atrás la zona de palcos y siguió subiendo las escaleras hasta que se topó con una cadena que impedía el paso. La saltó sin dudarlo estando a punto de trastabillar. Ascendió un nuevo tramo de escaleras que desembocó en un pasillo por el que se distribuían las entradas a los diferentes palcos de la galería. El corredor estaba en penumbra; la única luminosidad la aportaban las tenues luces de emergencia contenidas en unas cajas de plástico corrugado y semitransparente. Caminó con sigilo a lo largo del mismo. Cuando llegó a la puerta en la que creía poder hallar su visión, la abrió cuidadosamente después de insuflarse unos ánimos silenciosos que trataban de alentar su curiosidad. La puerta cedió sin ningún ruido. La luz amortiguada procedente del escenario asomó lentamente a través del hueco que se iba ensanchando. Entró decidido.
El palco estaba vacío, así que respiró aliviado. Se dijo entonces que debía haberse equivocado en su visión, pues estaba convencido que ése era el lugar donde había creído verla. Para comprobarlo asomó la cabeza hacia el patio para verificar si era o no la posición correcta. Y, efectivamente, allí abajo estaba su novia, justo en el ángulo en el que esperaba hallarla. Por tanto no se había equivocado.
De repente sintió un frío helador a su espalda. No quiso girarse, pues el pánico le tenía agarrotado. Tampoco pudo decir nada, ni siquiera gritar, como si las palabras se le hubieran congelado en la garganta.
Finalmente consiguió girar la cabeza un poco. Por el rabillo del ojo apreció un rojo intenso; era una manga, la cual formaba parte de una camisa, una camisa que vestía a una figura evanescente que flotaba en el aire y cuyos pies desaparecían en el éter.
–Pero…, pero… –No pudo articular otra cosa a causa del nerviosismo–. Yo le conozco.
La figura, que parecía llevar colocado un casco en la cabeza y asir un teléfono de los antiguos de disco, dibujó una sonrisa franca y dijo tras acomodarse el auricular:
–¿Es que es usted el enemigo?
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Por si no caéis, mi historia de "fantasmas" ha resultado ser un pequeño homenaje a Gila.
La siguiente tarea: escribir una historia en la que el olor (olores) sea clave en el devenir de ésta. Hay que tratar de desarrollarlo, de que el lector/a sea capaz de captar sus matices. Tarea pelín complicada.

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