Fueron casi cuatro horas de concierto, un escenario mastodóntico, un sonido brutal, una banda que sabe lo que se hace y suena como los ángeles, un derroche de fuerza bisceral, y, sobre todo, él, el Boss, un sexagenario que no para, que con una armónica es capaz de meterse en el bolsillo a 55.000 personas.
Música aparte, está la lectura social: ver a Bruce es para ricos, sin embargo, sus letras y su filosofía es la de la gente del pueblo. Tachado como "rojeras" en sus queridos U.S.A., aquí en España es la gente contraria a su ideología, que probablemente no se haya detenido a traducir ninguna de sus letras o no le han querido buscar significado, la que llena un estadio para verle.
Es cosa de hipocresía o de ignorancia, tanto de unos como de otros.
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