Durante años le vi sentado en el banco de la estación. Era el custodio del viajero. Debía tener controlados los horarios de los trenes, incluso de los regionales y los mercancías. Me había fijado en ello porque miraba su reloj cada vez que un convoy pasaba y meneaba la cabeza disconforme cuando alguno no era puntual. Nunca le vi subirse a uno. El día que me topé con una ambulancia que abandonaba la estación me imaginé lo peor. Era cierto. El viejo se había ido, y yo seguiría subiendo al tren sin que nadie mirase ya el reloj.
LA GATA DE TRES COLORES
Hace 3 meses
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